Penando en el alma, están las luces y sonidos del ayer,
Nada parece perderse en el horizonte de los tiempos,
Soy niño, tengo cuatro años, y Allende está vivo y en La Moneda,
Las calles están llenas de obreros, hay reuniones, marchas, suenan canciones,
Luego tengo siete años, y camino de la mano de mi madre por unas solitarias calles de Limache, en procura de la Estación ferroviaria, cruzando el Puente Limache, hay un grupo de hombres con pasamontañas, que tienen cortada la calle, cuando nos acercamos, uno de ellos le indica con la mano a mi mamá que podemos pasar. En ese momento se aproxima un auto que intenta atravesar el puente, no lo dejan pasar. El conductor trata de pasar por la vereda, pero se lo impiden, uno de ellos golpea el parabrisas con una mochila con piedras, el parabrisas se rompe. Nosotros durante esta escena hemos seguido caminando, y todo sucede ante nuestros ojos, igual que en una película, veo al conductor del vehículo, limpiando el asiento de auto de los vidrios, y veo a los encapuchados retándolo. También veo un camión que se acerca, tiene un letrero que dice SIDUCAM, a este sí lo dejan pasar.
Los colores de mi infancia están mezclados de manera inseparable, con estos retazos de historia que ahora reconstruyo. No lo sabía en ese momento, pero lo sentía de algún modo en mi corazón sobrecogido, cuando escuchaba a mis padres hablar sobre lo que pasaba.
El día del golpe, recuerdo a mi padre llevándome de la mano, atravesando la plaza de Quillota, se escuchan disparos y gritos, apuramos el paso hacia la casa. Recuerdo el relato de mi madre, que ese día viajó a Valparaíso a buscar a mi hermana que estudiaba en el Pedagógico, los infantes de marina en los techos de las casas apuntando sus armas hacia la calle, el toque de queda durante todo el día. Voces que le gritaban que se detuviera o disparaban. Mi madre continuando su marcha hasta traer a mi hermana de vuelta sana y salva, pese a que ella estaba decidida a morir combatiendo junto a sus compañeros y amigos, sólo tenía dieciséis años.
Desde pequeño sentí algo muy especial, cuando veía en las viejas murallas de adobe, en lugares perdidos en los campos, antiguos rayados hechos con brocha y pintura, llamando a votar por Allende y la Unidad Popular, ese signo de las letras "U" y "P" ubicadas en los vértices de una equis o un signo "por", sólo cuando yo mismo ya era adolescente, y no sin muchas dificultades, ya que estábamos en dictadura, pude comprender el significado de todo eso. Y ya bastante más grande cuando estaba en enseñanza media, y luego en la universidad, adquirí conciencia clara, de la magnitud del avance popular durante el gobierno de Salvador Allende, y como esos colores y sonidos de mis primeros años, se enmarcaban en un proceso histórico. La emoción que experimento, cuando veo imágenes de aquellos tiempos, es difícil de describir, muchas veces he sentido como si yo hubiese vivido todo eso de más cerca, como protagonista, como si yo hubiese sido otro, y hubiese participado del proceso, y luego hubiese ofrendado mi vida en la defensa del gobierno popular.
Esas imágenes y sensaciones me han acompañado hasta mi vida adulta, aún hoy mi corazón se estremece al ver fotografías de las concentraciones, durante la campaña presidencial de 1970, los desfiles de trabajadores para el 1° de Mayo, los discursos de Allende, luego las fotos y el audio del bombardeo a La Moneda. Se me eriza la piel y siento como si todo eso estuviera pasando ahora.